domingo, 19 de abril de 2009

FERIANTE



Las ferias libres tienen olores,
conflictos, carcajadas,
acuarelas que manchan soles
en los canastos,
y después se diluyen en lluvias
como velos de novias olvidadas.

Alguien que pude haber sido,
me llama a incorporarme
en la galería frutal
de los pregones
y gritar.
Ofrecer mi mercadería
que fue novedosa hace tiempo.

Siempre anduve en las ferias
vendiendo y comprando
yuyos frescos,
cilantros sin pecados.
Era cuando podía aliñar
ensaladas de sueños;
tantos, tantos,
que salía a regalar.

Si usted se detiene
en el centro de una feria
y se atreve a escuchar,
sin opinar,
lo van a atravesar
los duraznos maduros,
las guitarras de los ciegos,
las ofertas increíbles,
las comadres que lloran desengaños,
hasta hacerlo repartirse
invisible
entre la gente.
Es el instante para el misterio
tan simple del que hablamos.
Pídale un lugarcito a los feriantes
y tienda en el suelo
su paño más limpio.
¡Va a gritar!
Va a ofrecer su cosecha
con esa alegría de dueño
que tiene tantos frutos para todos,
y quiere repartir
lo que ha sembrado.

No importa que un día sea invierno
y sólo haya ramos de cardos secos
en su saco de feriante.

Reinvente su pregón para atraer
a las primeras compradoras.
"¡Hay fragancias de recuerdos
en mis cardos, caseritas!"
Están secos ahora,
pero fueron flores celestes
al borde de los caminos.
Sin riesgo alguno
vivirán eternamente en un rincón.

"¡Llevar a cien, llevar a cien!"
La feria está para siempre
y pasamos por ella comprando y vendiendo,
aunque a veces pregonemos mentirosos:
"¡Yo no vengo a vender, vengo a regalar!".

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