domingo, 19 de abril de 2009

EMBRIAGUEZ



En el espejo
de los pasos primeros
casi siempre hay una copa colmada
inaugurando desconciertos en la sangre.

No hay recodos para olvidar
la primera borrachera,
la que no alcanza
para desarmar la ingenuidad
que te hace hombre entre comillas.

Dolorosas espuelas del vino
forzando galopes sin sentido,
encumbrándonos la risa inexplicable,
hasta cuajarla en llanto desconsolado,
ese que traíamos de la infancia.

Llanto carcajada, carcajada llanto
ardiendo en la llamarada azul
que habita en el fondo de los vasos.

Desafiados por la fragante
incertidumbre de los caminos,
aún iremos liberando los demonios
que nos esperan en el fondo de las botellas.

El mundo se arregla cada día
en la mesa fraterna del vino,
y ya no será necesario
regresar al desconsuelo
que nos tatuó la primera borrachera.

Ahora iremos riendo y llorando sin motivo por las calles
embriagados por los fuegos de esos vinos
que guardamos en el alma.

MI DECIR



Hay que juntar las palabras
y exigirles que hablen.

No me sirve el silencio;
el silencio se seca en mi vaso
cuando estás.
Son tiempos gastados
que vienen y se sacuden
delante del desconcierto
en que estoy enredando
todo este desconsuelo.

Para tu vereda
yo tengo el eco inconfesable
de estos pasos.

Persiguió tantas lunas
la sombra de mi sombra;
en esa ventana se apagó la semilla
de cuántas estrellas
que aprendí a silabear en tus ojos.

No es posible
mirarle la luz a este día
si yo no hablo el idioma
que aprendí
en la ternura de tus manos.

COPLA DE ANOCHECER


La tarde esta en el maitén
con su capa de cristal,
la trajo el viento al soplar
las sombras de anochecer.

De la cumbre en su vaivén
cuelga un mirlo su cantar.

¡Quién se pudiera empinar
a la rama del maitén
y con el mirlo entonar
la copla de anochecer!

Ha quedado solo el trino,
el ave tiñó las sombras;
se cubrieron con su alfombra
las huellas de los caminos.

Bebo la ausencia en el vino,
me voy llenando de sombras.

Si me pudiera empinar
a la rama del maitén
y en el viento susurrar
el nombre de mi querer.

El cielo ya esta sembrado
de silencios y de estrellas,
te busco amada entre ellas
herido, ausente, callado.

Las sombras ya me han segado,
quiero la luz de tu estrella,
ven a alumbrarme la huella
para llegar a tu lado.

El maitén ya esta borrado;
quedó mi noche y tu estrella.

IMÁGENES




Pájaro de piedra,
inventariado en una antigua
mirada de infancia
gorjeo transparente que atravesó
la primera emoción
de un temprano aprendiz de soñador.

No es precisa la imagen
retratada en el recuerdo.
Pueden ser gotas de lluvia pinchadas de sol.
¿Fue una tarde o fue una madrugada?

En los ojos de un niño
está guardada la estampa gallarda
de un zorzal,
desenterrando rubíes
y lanzando clarinadas
bajo el techo sin fondo
del fresco parrón familiar.

HAY NOCHES DE LOBOS




Hay noches de lobos
y hay noches de corderos.
Entonces éramos niños
y las calles se llenaban de lluvias
y las flores de los ciruelos
se empinaban por las tapias
pintarrajeadas de tiempo lagartijo.

Entonces vivíamos
sin el marco rígido de los calendarios.
Éramos pájaros de las cuatro estaciones,
éramos pata pelada
en el medio de la nada,
pero había un volantín
y un vuelo de moscardones
para orientarnos la sonrisa.

Había de todo
lo que podía llamarse sueño:
una bolita de piedra
y una puerta para guardarse
cuando el espanto
se adueñara de la calle.

Todavía suelo encontrarme
con el llanto incomprensible
de esas tardes y esa ventana
en que la lluvia mojaba todo,
y me hacía un desamparado
sufriendo la humillación
de ser apenitas un árbol besando el suelo;
porque el viento es mi voz de mando
y aún me inclino sin horizontes
cuando el abuelo apoya la pala
en los adobes de mi muralla.

PARA UN LEVE CAMINANTE Y TRIUNFADOR RECONOCIDO DE LA TABLA


A mi padre

Suena la tarde acompasada de las cosas
y pasa una nube;
van todas las nubes y se alejan.
Besando ventanas abiertas, antenas y trapos,
dibujan tu nombre en la frente de la tarde;
tu nombre y tu destello
que arranca mis palabras crispadas de nobleza
por toda tu grandeza plural compañero.
(Compañero y amigo voluntario)

Estoy recordándote
y las cosas multiplican tus sentencias, camarada.
Estoy dentro de tus voces,
adentro de tu gesta viviendo y paladeando
lo que aguarda más allá de los caminos
que te esperan.
Soy sólo un tosco sentimiento
gravitando entre tu ardiente serenata de martillos
y humedad vegetal estremecida
hasta el silencio o el delirio.
Soy un canto ascendiendo
en el misterio forestal y capital de la viruta…
Soy tu empeño, tu pujanza
y tu anónima presencia de conquista
de poder para las manos.

¿CÓMO DECIR TU NOMBRE?



Madre,
como decir campanas al vuelo.
Madre,
como el sabor de las uvas
pellizcadas
en la frutera familiar.

Flauta de música ancestral
soplada eternamente por la vida
para ir sembrando hijos
a la tierra.

Hacia todas las cumbres
por donde soplan los vientos,
en el curso de los ríos
de las aguas más claras,
hay que poner a navegar
esa palabra,
ese sustantivo precursor de los dioses
y de todos los milagros.

Hay que gritar desde adentro del alma,
para que tenga eco
en un vientre de mujer,
la oración que es de todos:
Madre nido
y también Madre camino.
Madre para los hijos
que un día serán
en la vuelta de los tiempos.
Madre de ahora mismo,
en la mesa en que todos
hacemos de ti nuestro pan.

Madre, para el regreso
en que un día,
dormiremos en ti
el largo sueño de tierra callada.

FERIANTE



Las ferias libres tienen olores,
conflictos, carcajadas,
acuarelas que manchan soles
en los canastos,
y después se diluyen en lluvias
como velos de novias olvidadas.

Alguien que pude haber sido,
me llama a incorporarme
en la galería frutal
de los pregones
y gritar.
Ofrecer mi mercadería
que fue novedosa hace tiempo.

Siempre anduve en las ferias
vendiendo y comprando
yuyos frescos,
cilantros sin pecados.
Era cuando podía aliñar
ensaladas de sueños;
tantos, tantos,
que salía a regalar.

Si usted se detiene
en el centro de una feria
y se atreve a escuchar,
sin opinar,
lo van a atravesar
los duraznos maduros,
las guitarras de los ciegos,
las ofertas increíbles,
las comadres que lloran desengaños,
hasta hacerlo repartirse
invisible
entre la gente.
Es el instante para el misterio
tan simple del que hablamos.
Pídale un lugarcito a los feriantes
y tienda en el suelo
su paño más limpio.
¡Va a gritar!
Va a ofrecer su cosecha
con esa alegría de dueño
que tiene tantos frutos para todos,
y quiere repartir
lo que ha sembrado.

No importa que un día sea invierno
y sólo haya ramos de cardos secos
en su saco de feriante.

Reinvente su pregón para atraer
a las primeras compradoras.
"¡Hay fragancias de recuerdos
en mis cardos, caseritas!"
Están secos ahora,
pero fueron flores celestes
al borde de los caminos.
Sin riesgo alguno
vivirán eternamente en un rincón.

"¡Llevar a cien, llevar a cien!"
La feria está para siempre
y pasamos por ella comprando y vendiendo,
aunque a veces pregonemos mentirosos:
"¡Yo no vengo a vender, vengo a regalar!".